La música gregoriana nos eleva el alma y nos lleva a las profundidades del corazón De Dios
Sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años, tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo del monte "sobre el que estaba situada su ciudad...". "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se marchó" (Lc 4, 29-30).
Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades... 10. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará" (Mt 17, 22).
JPII
Audiencia General
Audiencia general
«Hacer la voluntad» del Padre, en las palabras y en las obras de Jesús, quiere decir: «vivir totalmente para» el Padre. «Así como me envió mi Padre que tiene la vida..., vivo yo para mi Padre» (Jn 6, 57), dice Jesús en el contexto del anuncio de la institución de la Eucaristía. Que cumplir la voluntad del Padre sea para Cristo su misma vida, lo manifiesta Él personalmente con las palabras dirigidas a los discípulos después del encuentro con la samaritana: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra» (Jn 4, 34). Jesús vive desde la voluntad del Padre. Este es su «alimento».
Y en el mismo contexto: «En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre: porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5, 19). ). Y añade: «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (Jn 5, 21).
Mensaje 1990
A los Jóvenes, con ocasión de la VI Jornada Mundial de la Juventud, 15-08-1990, n. 5
Prerrogativa de los hijos de Dios es, luego, la libertad: también esta es parte de su herencia.Aquí se toca un tema al cual vosotros, jóvenes, sois particularmente sensibles, ya que se trata de un don inmenso que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero es un don que se debe usar bien. ¡Cuántas formas falsas de libertad conducen a la esclavitud!
Es importante y necesaria la libertad exterior, garantizada por leyes civiles justas, y por esto con razón nos alegramos de que hoy aumente el número de los países donde se respetan los derechos fundamentales de la persona humana, aunque a veces el precio de esta libertad haya sido muy alto, a costa de grandes sacrificios e incluso de sangre. Pero la libertad exterior -aun siendo tan preciosa- por sí sola no basta. En sus raíces debe estar siempre la libertad interior, propia de los hijos de Dios que viven según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), guiados por una recta conciencia moral, capaces de escoger el bien verdadero. "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Co 3, 17). Es este, queridos jóvenes, el único camino para construir una humanidad madura y digna de este nombre.
Ved, pues, cuán grande y comprometedora es la herencia de los hijos de Dios, a la cual sois llamados. Acogedla con gratitud y responsabilidad. ¡No la malgastéis! Tened el coraje de vivirla cada día de modo coherente y anunciadla a los demás. Así el mundo llegará a ser, cada vez más,la gran familia de los hijos de Dios.
Y los ángeles anunciaron un grande gozo a los pastores que velaban en la noche (Lc 7,10). E Isabel exclamó: «Proclama mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador» (Lc 2,47). De este modo el gozo de Abraham descendió a los de su linaje que velaban, vieron a Cristo y creyeron en él. Pero también a la inversa, el gozo de sus hijos se remontó hasta Abraham.
San Ireneo de Lyon
Tratado contra las herejías IV, 5-7
«Cristo nos amó hasta el extremo»: Da la vida por sus enemigos
Así pues, aprendamos a amar en todo momento, como deberíamos amar: a Dios sobre todas las cosas y a todas las otras cosas por Él. Por que cada amor que no nos lleva a este fin, es decir, a la voluntad de Dios, es un amor vano y estéril. Todo amor que dirigimos a un ser creado y que debilita nuestro amor hacia Dios, es un amor detestable y un obstáculo en nuestro camino hacia el cielo… Así que, como nuestro Señor nos ha amado tanto para nuestra salvación, imploremos asiduamente su gracia, temiendo que en comparación con su gran amor, a nosotros se nos encuentre repletos de ingratitud.
Santo Tomás Moro
Tratado sobre la Pasión, homilía 1
«¿No es acaso el hijo del carpintero?»
En José, el Señor encontró, como en David, «un hombre según su corazón» (1S 13,14), a quien pudo confiar con toda seguridad, el secreto más grande de su corazón. Le reveló «los secretos más profundos de su Sabiduría» (Sal. 50,8), le reveló maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le otorgó ver «lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron», y oír lo que muchos desearon «oír y no oyeron» (Lc 10,24). Y no sólo verlo y oírlo, sino que llevarlo en sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo sobre su corazón, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.
San Bernardo
Homilia
Los letrados y los fariseos le habían traído al Señor Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Y se la habían traído para ponerle a prueba: de modo que si la absolvía, entraría en conflicto con la ley; y si la condenaba, habría traicionado la economía de la encarnación, puesto que había venido a perdonar los pecados de todos.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, y, sentándose, reflexionaban sobre sí mismos. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Bien dice el evangelista que salieron fuera, los que no querían estar con Cristo. Fuera está la letra; dentro, los misterios. Los que vivían a la sombra de la ley, sin poder ver el sol de justicia, en las sagradas Escrituras andaban tras cosas comparables más bien a las hojas de los árboles, que a sus frutos.
San Ambrosio de Milán
Cartas
San Ignacio de Antioquía
A los romanos
san Juan de la Cruz
Libro II, capítulo 22, nn. 5-6
San Buenaventura
Breviloquio
Orígenes
SP
«¿Quieres curarte?»
Sí, el diluvio es el símbolo del bautismo; lo que se produjo entonces todavía se cumple hoy… Cuando los pecados de toda la tierra desaparecieron, ahogados en el fondo del abismo, la santidad pudo elevarse muy cerca del cielo; he aquí lo que se realiza ahora también en la Iglesia del Cristo… Llevada por el agua del bautismo, se eleva cerca del cielo; las supersticiones y los ídolos son engullidos, y sobre tierra se difunde la fe, brotada del arca del Salvador… Por cierto, nosotros mismos somos pecadores, y este mundo será destruido. Sólo escaparán de la ruina, aquellos a los que el arca llevará encerrados en su seno. Esta arca, es la Iglesia… Sí, os lo anunciamos, este mundo naufragará; por eso os exhortamos, a vosotros, a todos los hombres, a refugiarse en este santuario.
San Máximo de Turín
Sermón
Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Pero, no obstante, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Los muertos, por tanto, que tienen como Señor al que volvió a la vida, ya no están muertos, sino que viven, y la vida los penetra hasta tal punto que viven sin temer ya a la muerte.
Llegaremos a la consumación cuando llegue el tiempo prefijado por el Padre, cuando, dejando de ser niños, alcancemos la medida del hombre perfecto. Así le agradó al Padre de los siglos, que lo determinó de esta forma para que no volviéramos a recaer en la insensatez infantil, y no se perdieran de nuevo sus dones.
San Anastasio de Antioquía
Sermón
Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza (cf Mc 12, 30) y fortaleza (cf Mc 12, 33), con todo el entendimiento, con todas las fuerzas (Lc 10, 27), con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios (Mc 12, 30 par), que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida; que nos creó, redimió y por sola su misericordia nos salvará (cf Tob 13, 5); que a nosotros miserables y míseros, pútridos y hediendos, ingratos y malos todo bien nos hizo y nos hace».
Ninguna otra cosa, por tanto, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el sólo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno (cf Lc 18, 19), piadoso, manso, suave y dulce; que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto; el solo que es benigno, inocente, puro; de quien y por quien y en quien (cf Rom 11, 36) es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Nada, pues, impida, nada separe, nada se interponga; en todas partes todos nosotros en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobrexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen en él y esperan y lo aman; el que es sin principio y sin fin inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable (cf Rom 11, 33), bendito, laudable, glorioso, sobrexaltado (cf Dan 3, 52), sublime, excelso, dulce, amable, deleitable y todo sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén.
San Francisco de Asís
Regla 1
Teniendo, pues, esto por cierto y por bien sentado, accedemos a recibir el bautismo tal como se nos ha ordenado; creemos tal como hemos sido bautizados; sentimos tal como creemos; de suerte que, sin discrepancia alguna, nuestro bautismo, nuestra fe y nuestro modo de sentir están radicados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Y todos cuantos, acomodándose a esta regla de verdad, confiesan tres personas y pía y religiosamente las reconocen en sus propiedades, y creen que existe una sola divinidad, una sola bondad, un solo principado, una sola potestad y un solo poder, ni abrogan la potencia de la monarquía, ni se dejan arrastrar a la confesión del politeísmo, ni confunden las personas, ni se forjan una Trinidad con elementos dispares y heterogéneos, sino que aceptan con simplicidad el dogma de fe, colocando toda la esperanza de su salvación en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo: todos estos comparten con nosotros una misma forma de pensar. Pedimos a Dios tener también nosotros parte con ellos en el Señor.
San Francisco de Asís
Cartas
«Este sacramento de la unidad, este lazo de concordia en una cohesión indisoluble se nos muestra en el evangelio por la túnica del Señor. No puede ser dividida ni rota, sino que echarán la suerte para saber a quién le toca revestirse de Cristo. (cf Jn 19,24)... Es el símbolo de la unidad que viene de arriba.
San Cipriano de Cartago
De la Unidad de la Iglesia
En la Ley hay preceptos naturales que nos dan ya la santidad; incluso antes de dar Dios la Ley a Moisés, había hombres que observaban estos preceptos y quedaron justificados por su fe y fueron agradables a Dios. El Señor no abolió estos preceptos sino que los extendió y les dio plenitud. Eso es de lo que nos dan prueba sus palabras: «Se dijo a los antiguos: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.» Y también: «se dijo: no matarás. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano sin motivo tendrá que comparecer ante el tribunal» (Mt 5,21s)… Y así todo lo que sigue. Todos estos preceptos no implican ni la contradicción ni la abolición de los precedentes, sino su cumplimiento y extensión. Tal como el mismo Señor dice: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt, 5,20).
«Al que te quite la túnica, dice Cristo, dale también el manto; a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas; tratad a los demás como queréis que ellos os traten» (Mt 5,40; Lc 6,30-31). De esta manera no nos entristeceremos como aquellos que han sido desposeídos contra su voluntad, sino que, por el contrario, nos alegraremos como los que dan de todo corazón, puesto que haremos una donación gratuita al prójimo más grande que si lo damos a la fuerza. Y dice: «a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos». De esta manera no le servimos como si fuéramos esclavos sino que nos adelantamos a servirle como hombres libres que somos. En todas las cosas Cristo te invita a ser útil a tu prójimo, no teniendo en cuenta su maldad, sino poniendo tu bondad al máximo. De esta manera nos invita a hacernos semejantes a nuestro Padre «que hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». (Mt 5,45).
Todo esto no se debe a alguien que ha venido a abolir la Ley, sino a alguien que, por nosotros, le ha dado plenitud (Mt 5,17). El servicio de la libertad es el servicio más grande; nuestro libertador nos propone, respecto a él, una sumisión y una devoción más profundas. Porque él no nos ha liberado de las obligaciones de la Ley antigua para que le abandonemos sino para que, habiendo recibido su gracia más abundantemente, le amemos cada vez más, y habiéndole amado más, recibamos de él una gloria cada vez más grande cuando estaremos para siempre en presencia de su Padre.
San Ireneo de Lyon
Contra las herejías
El Señor no cesa de comparar las almas humanas a las viñas: «Mi amigo tenía una viña en un fértil collado» (Is 5,1); «Planté una viña y la rodeé de una cerca» (Mt 21,33). Evidentemente que Jesús llama su viña a las almas humanas, que las ha cercado, como con una clausura, con la seguridad que dan sus mandamientos y la guarda que les proporcionan sus ángeles, porque «el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege» (Sal 33,8). Seguidamente plantó alrededor nuestro como una empalizada poniendo en la Iglesia «en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros» (1Co 12,28). Además, por los ejemplos de los santos hombres de otros tiempos, hace elevar nuestro pensamiento sin dejar que caiga en tierra donde serían pisados. Quiere que los ardores de la caridad, como los zarcillos de una vid, nos aten a nuestro prójimo y nos hagan descansar en él. Así, manteniendo constantemente nuestra deseo hacia el cielo, nos levantaremos como vides que trepan hasta las más altas cimas.
Nos pide también que consintamos en ser escardados. Ahora bien, un alma está escardada cuando aleja de ella las preocupaciones del mundo que no son más que una carga para nuestros corazones. Así, el que aleja de sí mismo el amor carnal y esta atado a las riquezas o que tiene por detestable y menospreciable la pasión por esta miserable y falsa gloria ha sido, por decirlo así, escardado, y respira de nuevo, desembarazado ya de la carga inútil de las preocupaciones de este mundo. Pero, para mantenernos en la misma línea de la parábola, es preciso que no produzcamos únicamente madera, es decir, que vivamos con ostentación, ni que busquemos ansiosamente la alabanza de los de fuera. Es necesario que demos fruto reservando nuestras obras para ser mostradas tan sólo al verdadero propietario de la viña.
San Basilio Magno
5 sobre el Hexaemeron, 6
Retiro: La envidia de los devotos
Al meditar esta parábola, no se debe olvidar la figura del hijo mayor. En cierto sentido no es menos importante que la figura del menor, hasta el punto que se podría, y en cierta manera con razón, llamarla la parábola de los dos hermanos. Con las figuras de los dos hermanos el texto se sitúa en el mismo corazón de una larga historia bíblica, comenzada con la historia de Caín y Abel, de nuevo con los hermanos Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, e interpretada en diferentes parábolas de Jesús. En la predicación de Jesús, las figuras de los dos hermanos reflejan, sobre todo, el problema Israel-paganos... Al descubrir que los paganos son llamados sin someterlos a las obligaciones de la Ley, Israel expresa su disgusto: «En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya». Con las palabras: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo» la misericordia de Dios invita a Israel a entrar.
Pero el significado de este hermano mayor es aún más amplio. En un cierto sentido, representa al hombre devoto, es decir, a todos los que se han quedado con el Padre sin desobedecer nunca sus mandamientos. En el momento en que el pecador regresa, se despierta la envidia, este veneno escondido hasta entonces en el fondo de su alma. ¿Por qué esta envidia? Demuestra que muchos de los «devotos» tienen también ellos escondido en su corazón el deseo de un país lejano y sus alicientes. La envida revela que estas personas no han comprendido realmente la belleza de la patria, la felicidad del «todo lo mío es tuyo», la libertad de ser hijos y propietarios. Y así aparece que también ellos desean secretamente la felicidad del país lejano... Y, al fin, no entran a la fiesta; al final se quedan fuera.
Joseph Ratzinger
Predicado en el Vaticano, 1983
[Santa Catalina oyó que Dios le decía:] Me pides conocerme y amarme a mí, la Verdad suprema. He aquí el camino para quien quiera llegar a conocerme perfectamente y gustarme, a mí la Verdad eterna: no dejes jamás de conocerte a ti misma, y cuando estés abajada en el valle de la humildad, entonces es en ti que me conocerás. Es en este conocimiento que sacarás todo lo que te falta, todo lo que te es necesario. Ninguna virtud tiene calidad en sí misma si no la saca de la caridad; ahora bien, la humildad es la que alimenta y gobierna a la caridad. En el conocimiento de ti misma llegarás a ser humilde, puesto que verás que tú, por ti misma, no eres nada y que tu ser viene de mí puesto que os he amado antes de que existierais. Es a causa de este amor inefable que siento por vosotros que, queriéndoos recrear de nuevo por la gracia, os he lavado y recreado en la sangre que mi Hijo único derramó con un fuego de amor tan grande.
Sólo esta sangre, ella sola, hace conocer la verdad a aquel que ha disipado la nube del amor propio a través de este conocimiento de sí mismo. Es entonces cuando en este conocimiento de mí, el alma se abrasa con un amor inefable, y es a causa de este amor que experimenta un dolor continuo. No un amor que la aflige y la deja seca (lejos de eso, puesto que, bien al contrario, es fecunda) sino porque habiendo conocido mi verdad, sus propias faltas, la ingratitud y ceguera del prójimo, siente por todo ello, un dolor intolerable. Su aflicción es debida a su amor para conmigo, porque si no me amara no se afligiría.
Santa Catalina siena
Audio 1: Un martirio que dura toda la vida
«Entonces se acercó a Jesús la madre de los de Zebedeos con sus hijos, y se postró para hacerle una petición. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de bebe el cáliz que Yo he de beber? Contestaron: Lo somos.» ¡Qué grande es nuestra miseria! Queremos que Dios haga nuestra voluntad y no queremos hacer la suya más que cuando es conforme a la nuestra. La mayoría de nosotros, si nos examinamos bien, veremos que nuestras peticiones son impuras e imperfectas; si estamos en la oración, queremos que Dios nos hable, que venga a visitarnos, consolarnos y recrearnos; le decimos que haga esto, que nos de lo otro.
Y si no lo hace, aunque sea en beneficio nuestro, nos inquietamos, nos turbamos y nos afligimos... Nuestro divino Maestro les dijo: ¿Podéis beber conmigo el cáliz que me está preparado?... y respondieron: podemos. Y Él añadió: ¿sabéis lo que es beber mi cáliz? No creáis que es tener dignidades, honores, favores o consuelos, ¡no! Beber mi cáliz es participar en mi pasión, soportar las penas y los sufrimientos, los clavos, las espinas, beber la hiel y el vinagre. Los mártires bebían de un trago ese cáliz... y ¿no es un gran martirio el no hacer nunca su propia voluntad, someter el juicio, desgarrar el corazón, vaciarlo de todos sus afectos impuros y de todo lo que no es Dios; no vivir según nuestras inclinaciones y humores sino según la voluntad divina y la razón? Es un martirio muy largo y enojoso y que debe durar toda nuestra vida, pero que nos obtendrá al final una gran corona como recompensa si somos fieles a todo esto.
San Francisco de Sales
Sermones
San Francisco de Sales
Padre, somos pobres y estamos llenos de deudas. Tú eres rico y nuestro acreedor. Padre, ten misericordia de tu hijo, que ha contraído tantas deudas como pecados ha cometido. ¿Qué padre no perdonaría al hijo caído en extrema pobreza, cualquier deuda, si se lo pide humildemente?. Y ¿dónde hay un hijo, oh Padre santo, más pobre y más cargado de deudas que yo?
Señor, Tú has puesto límites al mar, pero a tu misericordia no se los has puesto, a fin de que vaya siempre a buscar a los pecadores cargados de deudas, para perdonárselas. En fin, te ruego, Padre santo, por tu infinita misericordia, por la virtud de esa pasión que sufrió tu Hijo, sobre el árbol de la cruz, y por los méritos e intercesión de la bienaventurada Virgen y de todos los elegidos que han sido desde el comienzo del mundo te dignes perdonar nuestras deudas. También te ruego, oh Padre, que me des la suficiente virtud y gracia para que pueda perdonar perfectamente a todos los que me han ofendido; y si ves en mi corazón algún resto de imperfección contra mis ofensores, oh Padre, por el fuego de tu caridad hazlo desaparecer, quémalo, para que no quede ni rastro en mi corazón.
San Francisco de Sales
Si consideramos lo que hemos hecho cuando Dios no ha estado con nosotros, nos daremos cuenta de que lo que hacemos cuando Él está con nosotros, no es ni parecido, no es de nuestra cosecha, y nos alegraremos y glorificaremos por ello a Dios solo, puesto que Él es el autor... Ese fariseo, loco, miraba al publicano como un gran pecador. Pero la bondad de Dios es tan grande que un solo momento es bastante para recibir su gracia; por tanto, ¿qué seguridad podemos tener de que un hombre que ayer era pecador lo siga siendo hoy? No hay que juzgar el día de hoy por el día de ayer. Sólo el último día juzga a todos los demás.
Audio 1: Lo que se aprende en la escuela de Cristo maestro
Atiende al evangelio, y mira y examina los pensamientos de los dos hombres de la parábola: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. No te seduzca la felicidad de aquel que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Era un soberbio, un impío; vanos eran sus pensamientos y vanos sus apetitos. Cuando murió, en ese mismo día perecieron sus planes.
Observad ahora a aquel pobre. Dijimos, hablando de los pensamientos del rico impío, preclaro, que se vestía de púrpura y lino y que banqueteaba espléndidamente cada día, que, al morir, perecieron todos sus planes. Al contrario, el mendigo Lázaro estaba echado en el portal del rico, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Aquí quiero verte, cristiano: se describe la muerte de estos dos hombres. Poderoso es ciertamente Dios para dar la salud en esta vida, para eliminar la pobreza, para dar al cristiano el necesario sustento. Pero supongamos que Dios nada de esto hiciera: qué elegirías: ¿ser como aquel pobre o como aquel rico? No te ilusiones. Escucha el final y observa la mala elección. A buen seguro que aquel pobre, piadoso como era, al verse inmerso en las angustias de la vida presente, pensaba que un día se acabaría aquella vida y entraría en posesión del eterno descanso. Murieron ambos, pero en ese día no perecieron los planes de aquel mendigo.
San Agustín
Sermones
San Agustín
Con frecuencia hemos advertido a vuestra Caridad que no hay que considerar los salmos como la voz aislada de un hombre que canta, sino como la voz de todos aquellos que están en el Cuerpo de Cristo. Y como en el Cuerpo de Cristo están todos, habla como un solo hombre, pues él es a la vez uno y muchos. Son muchos considerados aisladamente; son uno en aquel que es uno. El es también el templo de Dios, del que dice el Apóstol: El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros: todos los que creen en Cristo y creyendo, aman. Pues en esto consiste creer en Cristo: en amar a Cristo; no a la manera de los demonios, que creían, pero no amaban. Por eso, a pesar de creer, decían: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? Nosotros, en cambio, de tal manera creamos que, creyendo en él, le amemos y no digamos: ¿Qué tenemos nosotros contigo?, sino digamos más bien: «Te pertenecemos, tú nos has redimido».
Efectivamente, todos cuantos creen así, son como las piedras vivas con las que se edifica el templo de Dios, y como la madera incorruptible con que se construyó aquella arca que el diluvio no consiguió sumergir. Este es el templo –esto es, los mismos hombres– en que se ruega a Dios y Dios escucha. Sólo al que ora en el templo de Dios se le concede ser escuchado para la vida eterna. Y ora en el templo de Dios el que ora en la paz de la Iglesia, en la unidad del cuerpo de Cristo. Este Cuerpo de Cristo consta de una multitud de creyentes esparcidos por todo el mundo; y por eso es escuchado el que ora en el templo. Ora, pues, en espíritu y en verdad el que ora en la paz de la Iglesia, no en aquel templo que era sólo una figura.
Y puesto que los hombres son vapuleados por sus propios pecados, el Señor hizo un azote de cordeles y arrojó del templo a todos los que buscaban sus intereses, no los de Jesucristo. Pues bien, la voz de este templo es la que resuena en el salmo. En este templo —y no en el templo material— se ruega a Dios, como os he dicho, y Dios escucha en espíritu y en verdad. Aquel templo era una sombra, figura de lo que había de venir. Por eso aquel templo se derrumbó ya. ¿Quiere decir esto que se derrumbó nuestra casa de oración? De ningún modo. Pues aquel templo que se derrumbó no pudo ser llamado casa de oración, de la que se dijo: Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos. Y ya habéis oído lo que dice nuestro Señor Jesucristo: Escrito está: «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos». ¿Acaso los que pretendieron convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos, consiguieron destruir el templo? Del mismo modo, los que viven mal en la Iglesia católica, en cuanto de ellos depende, quieren convertir la casa de Dios en una cueva de bandidos; pero no por eso destruyen el templo. Pero llegará el día en que, con el azote trenzado con sus pecados, serán arrojados fuera. Por el contrario, este templo de Dios, este Cuerpo de Cristo, esta asamblea de fieles tiene una sola voz y como un solo hombre canta en el salmo. Esta voz la hemos oído en muchos salmos; oigámosla también en éste. Si queremos, es nuestra voz; si queremos, con el oído oímos al cantor, y con el corazón cantamos también nosotros. Pero si no queremos, seremos en aquel templo como los compradores y vendedores, es decir, como los que buscan sus propios intereses: entramos, sí, en la Iglesia, pero no para hacer lo que agrada a los ojos de Dios.
A propósito de esta parábola, conviene preguntarnos por qué el rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán y no en compañía de otro justo. Es porque Abrahán había sido hospitalario. Aparece pues, al lado de Lázaro para acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En efecto, el patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar en su tienda (Gn 18,1s). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. Tenía medios, con todo el dinero que poseía, para dar seguridad al pobre. Pero él continuaba, día tras día, ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto necesitaba.
Así, pues, recogiendo a hombres, en sus redes, Abrahán llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente! sin darse cuenta de ello.
El mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite esta exhortación: «No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles.» (Heb 13,2) Pablo tiene razón cuando dice «sin saberlo». Si Abrahán hubiese sabido que aquellos que acogía tan generosamente en su casa eran ángeles, no habría hecho nada extraordinario ni admirable. Es elogiado porque ignoraba la identidad de los peregrinos. En efecto, él creía que estos viajeros que él invitaba a su casa eran gente corriente. Tú también sabes ser solícito para recibir un personaje célebre y nadie se extraña de ello.. En cambio, llama la atención y es verdaderamente admirable ofrecer una acogida llena de bondad al primero que llega, a la gente desconocida y ordinaria.
San Agustín
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